NOTA DEL EDITOR
HE
recogido con afán todo lo que he podido encontrar referente a la historia del
desdichado Werther, y aquí os lo ofrezco, seguro de que me lo agradeceréis. Es
imposible que no tengáis admiración y amor para su genio y carácter, lágrimas para
su triste fin. Y tú, pobre alma que sufres el mismo tormento ¡ojalá saques
consuelo de sus amarguras, y llegue este librito a ser tu amigo si, por
capricho de la suerte o por tu propia culpa, no encontraste otro mejor!
PRIMERA PARTE
10 DE MAYO
«Reina en
mi espíritu una alegría admirable, muy parecida a las dulces alboradas de la
primavera, de que gozo aquí con delicia. Estoy solo, y me felicito de vivir en
este país, el más a propósito para almas como la mía, soy tan dichoso, mi
querido amigo, me sojuzga de tal modo la idea de reposar, que no me ocupo de mi
arte […]
16 DE JUNIO
«¿Por qué
no te escribo? Tú me lo preguntas; ¡tú, que te cuentas entre nuestros sabios!
Debes adivinar que me encuentro bien y que..., en una palabra, he hecho una
amistad que interesa a mi corazón. Yo he..., yo no sé... «Difícil me será
referirte de por sí cómo he conocido a la más amable de las criaturas. Soy
feliz y estoy contento; por lo tanto, seré mal historiador.
«¡Un
ángel! ¡Bah! Todos dicen lo mismo de la que aman, ¿no es verdad? Y, sin
embargo, yo no podré decirte cuán perfecta es y por qué es perfecta; en
resumen, ha esclavizado todo mi ser. « ¡Tanta inocencia con tanto talento!
¡Tanta bondad con tanta firmeza! ¡Y el reposo del alma en medio de la vida
real, de la vida activa! […]
«¡Con
cuánto embeleso mientras ella hablaba, fijaba yo mi vista en los ojos negros!
¡Cómo enardecían mi alma la animación de sus labios y la frescura risueña de
sus mejillas! ¡Cuántas veces, absorto en los magníficos pensamientos que
exponía dejé de prestar atención a las palabras con que se explicaba! Tú, que
me conoces a fondo puedes formar una idea exacta de todo esto. En fin, cuando
el coche paró delante de la casa del baile yo eché pie a tierra completamente
abstraído. La hora del crepúsculo, el laberinto de sueños en que vagaba mi
imaginación, todo contribuyó a que apenas hiciese alto en los torrentes de
armonía que llegaban hasta nosotros desde la sala iluminada apoderaron de sus
damas, yo los seguí con la mía.
21 DE JUNIO
Paso unos
días tan felices como los que Dios reserva a sus elegidos, y sucédeme lo que me
suceda, no podré decir que no he saboreado los placeres más puros de la vida. […]
«¡Cuán
feliz me considero con que mi corazón sea capaz de sentir el inocente y
sencillo regocijo del hombre que sirve en su mesa la col que él mismo ha
cultivado, y que, además del placer de comerla, tiene otro mayor recordando en
aquel instante los hermosos días que ha pasado cultivándola, la alegre mañana
en que la plantó, las serenas tardes en que la regó, y el gozo con que la veía
medrar de día en día.»
8 DE JULIO
«¡Qué
niños somos! ¡Con qué vehemencia suspiramos por una mirada! Habíamos ido a pie
a Wahlheim, las señoras salieron en coche, y durante nuestro paseo creí ver en
los ojos negros de Carlota... Soy un loco: perdóname. Sería preciso que vieras
estos ojos. Abreviaré, porque el sueño cierra los míos. «Las señoras subieron
en el coche, y al lado estábamos el joven W., Selstadt, Audran y yo. Charlaban
por la portezuela con estos jóvenes aturdidos que son, por cierto, locos y
superficiales. Yo buscaba los ojos de Carlota.
¡Ay!, sus
miradas vagaban ya a un lado, ya a otro, sin dirigirse a mí, que sólo de ella
me ocupaba. Mi corazón le dijo adiós mil veces; pero ella no me veía. Pasó el
coche, y una lágrima humedeció mis párpados. Lo seguí con la vista. Carlota
sacó la cabeza por la portezuela y se volvió a mirar.... ¡Ah!..., ¿era a mí?
Amigo mío, floto en esta incertidumbre; esto me consuela. Acaso volvió para
verme; acaso... Buenas noches. ¡Oh, qué niño soy!»
16 DE JULIO
«¡Ah qué
sensación tan grata inunda todas mis venas cuando por casualidad mis dedos
tocan los suyos, o nuestros pies se tropiezan debajo de la mesa! Los aparto
como de un fuego, y una fuerza secreta me acerca de nuevo a pesar mío. El
vértigo se apodera de todos mis sentidos, y su inocencia su alma cándida, no le
permiten siquiera imaginar cuánto me hacen sufrir esta insignificantes
familiaridades. Si pone su mano sobre la mía cuando hablamos, y si en el calor
de la conversación se aproxima tanto a mí que su divino aliento se confunde con
el mío, creo morir herido por el rayo, Guillermo y este cielo, esta confianza,
si llego a atreverme... Tú me entiendes. No, mi corazón no está tan corrompido.
Es débil, demasiado débil... Pero, en esto, ¿no hay corrupción?
«Carlota
es sagrada para mí. Todos los deseos se desvanecen en su presencia. Nunca sé lo
que experimento cuando estoy a su lado: creo que mi alma se dilata por todos
mis nervios.
«Hay una
sonata que ella ejecuta en el clavicémbalo con la expresión de un ángel: ¡tiene
tal sencillez y tal encanto! Es su música favorita y le basta tocar su primera
nota para alejar mi zozobra cuidados y aflicciones. «No me parece inverosímil
nada de lo que se cuenta sobre la antigua magia de la música ¡Cómo me esclaviza
este canto sencillo! ¡Y cómo sabe ella ejecutarlo en aquellos instantes en que
yo sepultaría contento una bala en mi cabeza! […]
30 DE JULIO
«Alberto
ha llegado y yo me marcharé. Aunque él fuese el mejor y más noble de los
hombres, y yo me reconociera inferior bajo todos conceptos, me sería
insoportable que a mi vista poseyese tantas perfecciones. ¡Poseer! ... Basta,
Guillermo; el novio está aquí. Es joven bueno y honrado a quien nadie puede
dejar de querer. Felizmente, yo no he presenciado la llegada: me hubiera
desgarrado el corazón. Es tan generoso, que ni una sola vez se ha atrevido aún
a abrazar a Carlota en mi presencia. ¡Dios se lo pague! La respeta tanto, que
debo quererle. Se muestra muy afectuoso conmigo, y supongo que esto es más obra
de Carlota que efecto de su propia inclinación; las mujeres son muy mañosas en
este punto y están en lo firme; cuando pueden hacer que dos adoradores vivan en
buena inteligencia, lo que sucede pocas veces lo hacen, y el provecho, indudablemente, es para ellas. «Sin
embargo, no puedo rehusar mi estimación a Alberto. Su exterior tranquilo forma
marcadísimo contraste con mi carácter turbulento, que en vano desearía ocultar.
Tiene una sensibilidad exquisita y no desconoce el tesoro que posee con Carlota.
Parece poco dado al mal humor, que, como sabes es el vicio que más detesto.
[…]
«Estoy
que bramo, y mandaré a paseo a todo el que diga que debo resignarme, y que esto
no podía suceder de otro modo... ¡Vayan al diablo los razonadores! Vago por los
bosques, y cuando llego a casa de Carlota y veo a Alberto sentado junto a ella
entre el follaje del jardinillo, y tengo precisión de detenerme, me vuelvo loco
de atar y hago mil necedades. «En nombre del cielo—me ha dicho hoy Carlota—, os
ruego que no repitáis la escena de anoche: estáis espantoso cuando os ponéis
tan contento.»
Te diré,
para entre nosotros, que acecho todos los instantes en que él interviene; de un
salto me meto entonces en su casa, y me vuelvo loco de alegría siempre que ella
está sola.»
18 DE AGOSTO
«¿Es
preciso que lo que constituye la felicidad del hombre sea también la fuente de
su miseria? Este sentimiento, que llena y rejuvenece mi corazón ante la vivaz
naturaleza, que vierte sobre mi seno torrentes de deliciosas dulzuras y
convierte en un paraíso el mundo que me rodea, ha llegado a ser para mí un
insoportable verdugo, un espíritu que me atormenta y que me persigue por todas
partes. […]
«Parece
que se ha levantado un velo delante de mi alma, y el inmenso espectáculo de la
vida no es a mis ojos otra cosa que el abismo de la tumba, eternamente abierto.
¿Podrás decir «esto existe» cuando todo pasa, cuando todo se precipita con la
rapidez del rayo, sin conservar casi nunca todas sus fuerzas, y se ve, ¡ay!,
encadenado, tragado por el torrente y despedazado contra las rocas?
21 DE AGOSTO
«Al
sacudir por las montañas el yugo de una pesadilla, es en vano que extienda los
brazos hacia ella, en vano que la busque por la noche en mi lecho, cuando un
sueño feliz y sencillo me hace creer que estoy en el campo, sentado a su lado,
estrechando su mano y llenándola de besos. ¡Ah!, cuando todavía embriagado por
el sueño busco esa mano y me despierto, un torrente de lágrimas brota de mi
corazón oprimido y lloro sin consuelo en las tinieblas de lo porvenir.»
30 DE AGOSTO
«Desgraciado, ¿no está loco? ¿No te engañas a
ti mismo? ¿Adónde te conducirá esta pasión indómita y sin objeto? No pienso más
en ella; ya no cabe en mi imaginación otra figura que la suya, y todo lo que me
rodea no lo veo sino con relación a ella.
«Esto me procura algunas horas de felicidad que deben concluir
tan pronto como sea preciso que nos separemos. ¡Ah, Guillermo, adónde me
arrastra con frecuencia mi corazón! Siempre que paso dos o tres horas a su
lado, absorto en la contemplación de su hermosura, de sus movimientos, de su
celestial lenguaje, todos mis sentidos se excitan insensiblemente, una sombra
se extiende ante mi vista, y mis oídos se embotan, siento que oprime mi corazón
una mano homicida; mi corazón, con sus latidos precipitados, busca consuelo a
mis sentidos oprimidos y no hace más que aumentar el desorden...
«Guillermo, muchas veces no sé si estoy en el mundo y si la
tristeza me agobia o si Carlota no me concede el triste consuelo de aliviar mi
martirio, dejándome bañar su mano con mi llanto. Necesito salir, necesito huir,
y corro a ocultarme muy lejos en los campos. Entonces gozo trepando por una
montaña escarpada, abriéndome paso entre un bosque impenetrable, entre las
breñas que me hieren y los zarzales que me despedazan. Entonces me encuentro un
poco mejor, ¡un poco!, y cuando, extenuado de sed y de cansancio, sucumbo y me
detengo en el camino; cuando en la profunda noche, brillando sobre mi cabeza la
luna llena, me siento en el bosque solitario sobre un tronco torcido, para dar
algún descanso a mis pies desgarrados, o me entrego a un sueño tranquilo
durante la claridad crepuscular..., ¡oh Guillermo!, el silencio albergue de una
celda, un sayal y el cicilio son los únicos consuelos a que aspira mi alma.
Adiós. No veo para esta cuita otro fin que el sepulcro.»
SEGUNDA PARTE
29 DE JULIO
(…)
Guillermo, cuando Alberto abraza su talle esbelto, tiemblo de pies a cabeza.
“¿Me
atreveré a decirlo? ¿Y por qué no? Carlota hubiera sido conmigo más feliz que
con él. No; no es éste el hombre que puede satisfacer todos los deseos de este
ángel. Cierta falta de sensibilidad, cierta falta de... (traduce esto como te
parezca). Yo veo que sus almas no simpatizan; lo veo cuando, leyendo uno de
nuestros libros favoritos, laten al unísono el corazón de Carlota y el mío, y
lo veo en otras mil ocasiones en que revelamos los sentimientos que nos
producen las acciones ajenas. ¡Oh Guillermo! ¿Es verdad que él la ama con toda
su alma..., y que, así y todo, no merece el amor de ella?
[…]
3 DE SEPTIEMBRE
“Hay
ocasiones en que no comprendo cómo puede amar a otro hombre, cómo se atreve a
amar a otro hombre, cuando yo la amo con un amor tan perfecto, tan profundo,
tan inmenso; cuando no conozco más que a ella, ni veo más que a ella, ni pienso
más que en ella.”
4 DE SEPTIEMBRE
“Sí, así
es. Al mismo tiempo que la naturaleza anuncia la proximidad del otoño, siento
el otoño dentro de mí y en torno mío. Mis hojas amarillean, y las de los
árboles vecinos se han caído ya.
19 DE OCTUBRE
“¡Ay de
mí! Este vacío, este horrible vacío que siente mi alma... Muchas veces me digo:
“Si pudiera un momento, uno solo estrecharla contra mi corazón, todo este vacío
se llenaría.”
27 DE OCTUBRE POR LA NOCHE
“¡Siento
tantas cosas..., y mi pasión por ella lo devora todo! ¡Tantas cosas! . . . ¡Y
sin ella todo se reduce a nada!”
3 DE NOVIEMBRE
“Sólo
Dios sabe cuántas veces me he dormido con el deseo y la esperanza de no
despertar jamás. Y al día siguiente abro los ojos, vuelvo a ver la luz del sol
y siento de nuevo el peso de mi existencia. “¡Ah! ¿Por qué no soy uno de esos
maniquíes que se amoldan a todo, a todo, menos a sí mismos? Entonces, al menos,
el insoportable fondo de mi desolación no pesaría sobre mí más que a medias.
Por desgracia, comprendo que la culpa es únicamente mía. ¡La culpa! No.
Bastante es ya que lleve en mí la fuente de todos los dolores, como hace poco
llevaba el manantial de todos mis placeres. ¿No soy siempre aquel hombre que
otras veces se deleitaba con los más puros goces de una exquisita sensibilidad
que a cada paso creía descubrir un paraíso, y cuyo corazón abierto a un amor
sin límites, era capaz de abrazar el mundo entero? Este corazón está ahora
muerto, cerrado a todas las sensaciones; mis ojos están secos, y mis acerbos
dolores, que no tienen desahogo, llenan de prematuras arrugas mi frente.
¡Cuánto sufro! […]
22 DE NOVIEMBRE
“Al
dirigir mis ruegos a Dios, no puedo decir:
“¡Conservádmela!”
Y, sin embargo, hay momentos en que creo que me pertenece. Tampoco puedo decir:
“¡Dádmela!”, porque pertenece a otro. Así es como me agito sin cesar sobre mi
lecho de dolores. Basta; no sé adónde iría a parar si continuase.”
4 DE DICIEMBRE
“Te
suplico que tengas piedad de mí, porque es un hecho que no podré soportar más
tiempo mi situación. “Hoy estaba sentado cerca de ella, que tocaba diferentes
melodías en su clavicémbalo, con una expresión.... ¡con una expresión!... ¿Cómo
podría pintártela? La más pequeña de sus hermanas jugaba con sus muñecas sobre
mis rodillas. De pronto se me saltaron las lágrimas y bajé la cabeza; vi
entonces en su dedo el anillo de boda, y mi llanto corrió con más abundancia.
En aquel mismo instante comenzaba a tocar aquella antigua melodía que tanto me
impresionaba, y mi corazón sintió una especie de consuelo, recordando el tiempo
en que aquella música había herido agradablemente mis oídos; tiempo de
felicidad en que las penas eran pocas, horas de esperanza que pronto huyeron.
Me levanté y empecé a pasearme por la habitación sin orden ni concierto. Me
ahogaba.
“”¡Basta—exclamé—,
basta, por Dios!” Carlota se detuvo y clavó en mí una mirada investigadora.
“”Werther—dijo,
muy malo debéis estar, cuando vuestra música favorita os desagrada de ese modo.
Retiraos, y haced por recobrar la calma.”
“Me
separé de ella y... ¡Dios mío!, tú que ves mis sufrimientos, debes ponerles
fin.”
20 DE DICIEMBRE
“Agradezco,
querido Guillermo, que tu amistad haya comprendido tan bien lo que yo quería
decir. Tienes razón; lo mejor que puedo hacer es ausentarme. Pero la invitación
que me haces para que vuelva a vuestro lado no está muy en armonía con mi
pensamiento. Antes haré una corta excursión, a la que convidan el frío
continuado que es de esperar y los caminos que estarán en buen estado. […]
Adiós, mi querido amigo; el cielo derrame sobre ti sus bendiciones.”
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